jueves, 2 de mayo de 2013

UN TREN-TRAM DE DESEO



Anteriormente filósofos como Aristóteles, Santo Tomáshacían una distinción entre los apetitos más irreflexivos o apetitos innatos y la inteligencia y la razón.
Esta línea divisoria es cambiada por filósofos posteriores como Decartes y Spinoza y al nombrar el deseo se están refiriendo a la inclinación, tendencia o fuerza hacia el involucramiento a la acción que ha permite explicar el movimiento de la historia de la humanidad a partir de esta poder entender la persistencia que el ser humano ha tenido respecto al hecho de estar vivo.

El deseo por tanto nos pone en acción, nos moviliza y nos dirige, colocándonos en la situación de búsqueda.
El deseo nos instiga a salir de nosotros mismos y ponernos en contacto con el otro, y es aquí donde se pone en juego el límite entre un yo y un otro, siendo   también nuestra posibilidad de ser.
A través de la experiencia de la ausencia y la necesidad de cubrir esta falta podemos entrar en contacto con el otro, con lo ajeno y lo que también quisiéramos para nosotros y quizás también para lo que no será nunca.
Es en este espacio donde se puede lograr la satisfacción o no del deseo. Este espacio de encuentro con el otro es donde nos exponemos a la angustia y a la esperanza.


Eduardo Punset en su libro “ El Alma está en el cerebro” afirma:
El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo. El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo. El deseo de vivir y de hacerlo a su manera. Por eso sus autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto se deben a los resultados u objetivos cumplidos, sino al sentido inherente al mismo proceso de vivir. Y este proceso, de uno u otro modo, lo establece siempre el deseo. Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario, a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien entendido el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que - en una persona madura - es luminosa, clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos y de la inteligencia se dice que es emocional. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de uno mismo.”

Puede suceder que los deseos se encuentren anulados o sustituidos, esto supone una anulación del yo y la alienación de la identidad personal.

La persona vive ajena a sus deseos y por lo tanto a su satisfacción.
En ese espacio de contacto con el otro, el yo se pierde, no estableciéndose un contacto real y espontaneo, con lo que el ciclo en la satisfacción del deseo se encuentra inconcluso, llevándonos a una repetida insatisfacción.

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