Anteriormente filósofos como Aristóteles, Santo Tomás…hacían una distinción entre los apetitos más irreflexivos o apetitos innatos y la inteligencia y la
razón.
Esta línea divisoria
es cambiada por filósofos
posteriores como Decartes y Spinoza y al nombrar el deseo se están refiriendo a la inclinación, tendencia o fuerza hacia el involucramiento a la acción que ha permite explicar el movimiento de la historia de
la humanidad a partir de esta poder entender la persistencia que el ser humano
ha tenido respecto al hecho de estar vivo.
El deseo por tanto nos pone en acción, nos moviliza y nos dirige, colocándonos en la situación de búsqueda.
El deseo nos instiga a salir de nosotros mismos y ponernos
en contacto con el otro, y es aquí donde se pone
en juego el límite entre un
yo y un otro, siendo también nuestra posibilidad de ser.
A través de la
experiencia de la ausencia y la necesidad de cubrir esta falta podemos entrar
en contacto con el otro, con lo ajeno y lo que también quisiéramos para
nosotros y quizás también para lo que no será nunca.
Es en este espacio donde se puede lograr la satisfacción o no del deseo. Este espacio de encuentro con el otro
es donde nos exponemos a la angustia y a la esperanza.
Eduardo Punset en su libro “ El Alma está en el cerebro”
afirma:
“El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos
dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo. El
deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que
otros la viven al ritmo que les marca el deseo. El deseo de vivir y de hacerlo
a su manera. Por eso sus autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto
se deben a los resultados u objetivos cumplidos, sino al sentido inherente al
mismo proceso de vivir. Y este proceso, de uno u otro modo, lo establece
siempre el deseo. Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario,
a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien
entendido el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que - en una persona madura - es luminosa,
clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos y de la inteligencia se dice
que es emocional. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de
uno mismo.”
Puede suceder que los deseos se encuentren anulados o
sustituidos, esto supone una anulación del yo y la
alienación de la
identidad personal.
La persona vive ajena a sus deseos y por lo tanto a su
satisfacción.
En ese espacio de contacto con el otro, el yo se pierde,
no estableciéndose un
contacto real y espontaneo, con lo que el ciclo en la satisfacción del deseo se encuentra inconcluso, llevándonos a una repetida insatisfacción.